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Efectivo, besos y karaoke: por qué la guerra contra la COVID-19 no debe convertirse en una guerra contra el efectivo

Categorías : Sin categorizar
June 25, 2020
El sector financiero va a utilizar la COVID-19 para llevar todavía más lejos su guerra contra el efectivo, dejándonos aún más atrapados en su imperio privado del dinero digital.
Brett Scott

I am an author, journalist and financial hacker exploring the intersections between money systems, finance and digital technology.

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Este artículo fue publicado por primera vez en https://alteredstatesof.money y se reedita con el permiso del autor.

 

Llevo años investigando sobre la guerra contra el efectivo y advirtiendo sobre ella. Se trata de un proceso lento en el que el sector bancario, la industria de los pagos, las empresas de tecnología financiera y los gobiernos han intentado – a veces de manera sutil y otras no tanto – que la gente se aparte del sistema del dinero físico y se incorpore al sistema de pagos digitales gestionado por los bancos.

Llamarlo "guerra" resulta controvertido, ya que en los medios convencionales a menudo se describe este proceso como un movimiento de abajo arriba, pacífico y orgánico, hacia una "sociedad sin efectivo" liderado por la gente corriente. Sin embargo, yo considero que se trata de un movimiento de arriba abajo, agresivo y artificial, hacia una "sociedad totalmente bancarizada" encabezado por el sector financiero y muchos gobiernos. La sociedad totalmente bancarizada es aquella en la que los bancos (o las plataformas desarrolladas sobre ellos, como Paypal) ejercen de intermediarios hasta en los pagos más pequeños, infiltrándose entre los compradores y los vendedores como si de un supervisor de los pagos se tratase. Esto permite consolidar y ampliar el poder del sistema bancario, le proporciona una cantidad ingente de datos y le permite realizar megatransacciones con las gigantescas plataformas tecnológicas, que también dependen de la eliminación del efectivo para facilitar la automatización generalizada que buscan.

 

La guerra contra el efectivo antes de la COVID-19

En algunas ocasiones, la guerra contra el efectivo ha consistido en ataques directos (como cuando el Gobierno de la India se ensañó con el sistema del dinero en efectivo en la llamada "desmonetización"). Sin embargo, es más frecuente que adopte la forma de propaganda sistemática (Visa habla abiertamente de su campaña para que la gente vea el efectivo como una "rareza"), en un movimiento sutil para crear un entorno de mercado en el que cada vez resulte más incómodo utilizar el efectivo (por ejemplo, cerrando los cajeros automáticos). Conforme avanzan, estos procesos van catalizando efectos de red en los que, de manera "espontánea", empezamos a "elegir" los pagos digitales (de una forma muy similar a como los supermercados animan a los niños a "elegir" chocolatinas colocándolas al nivel de sus ojos al lado de las cajas registradoras). Cuando esa catalización se produce, aquellos que desean resistirse al movimiento hacia el sistema bancario se ven cada vez más obligados a desistir en su empeño por las exigencias de aquellos que ya han sucumbido.

Sin embargo, mucha gente se niega a seguir a pies juntillas la línea oficial que propone esa fusión entre banca y tecnología, y desean seguir utilizando el efectivo a pesar de que el sistema económico que les rodea ejerce cada vez más presión en contra de esa opción. Tanto yo como Which?, Ralph Nader, Positive Money y The RSA, entre otros, hemos ensalzado las ventajas del efectivo. Para nosotros es un medio de pago inclusivo, respetuoso con la privacidad y público. Considero que la agresiva propagación de los pagos digitales no es solo un intento de privatizar completamente el sistema de pagos, sino también un intento de "gentrificar los pagos", de decir a las personas que son delincuentes o poco fiables si no quieren ser absorbidas por esos gigantescos bancos genéricos que constituyen el sistema financiero mundial. La industria de los pagos – apuntalada por el sector bancario global – ha conseguido convencer a los Estados de que es generoso, o incluso humanitario, hacer que cada vez más gente dependa del sistema bancario (un sistema al que en el fondo no le importan los intereses de las personas) bajo el lema de la "inclusión financiera".

El efectivo es, de hecho, la única forma de dinero estatal que podemos poseer. Del mismo modo que las fichas de un casino representan una garantía privada (por parte del casino) por el efectivo que entregamos a la entrada, el "dinero" que vemos en nuestras cuentas bancarias supone en realidad una serie de "fichas digitales" que nos entregan esos bancos comerciales. Esas fichas son promesas − o pagarés − que nos prometen acceder a dinero estatal. Podemos mover esas fichas digitales por los ecosistemas privados controlados por el sector bancario, pero cada vez que acudimos al cajero automático canjeamos esas fichas para salir del sistema bancario (igual que si abandonamos el casino). Sin embargo, con el cierre de los cajeros automáticos, nuestra capacidad para salir de ese sistema también se desvanece. Y es así como nos vamos quedando atrapados dentro de sus ecosistemas privados. Esos cajeros automáticos entran en conflicto con sus intereses comerciales, y ese es el motivo por el que, desde hace muchos años, la industria de los pagos ha utilizado todas las herramientas a su alcance para demonizar el sistema público del dinero en efectivo. En lugar de mostrarse como una forma inclusiva de pagos públicos, constantemente se acusa al efectivo de facilitar la delincuencia y la evasión fiscal, y desde hace tiempo se presenta como poco higiénico y "sucio".

La guerra contra el efectivo después de la COVID-19

Con la aparición de la pandemia de COVID-19, mucha gente considera que este último argumento resulta mucho más visceral. Los supermercados, plenamente conscientes de su deber de evitar la proliferación del virus, indican de forma clara a la gente que rechace el sistema público de los pagos en efectivo y utilice el sistema bancario privado para sus compras ("se ruega utilizar sistemas de pago sin contacto"). Es fundamental mantener siempre un espíritu crítico y estar atentos al creciente dominio corporativo que nos rodea, aunque esta crítica ha quedado de repente eclipsada por la tarea inmediata de ralentizar la propagación de la enfermedad.

Por tanto, para las grandes empresas, la pandemia ofrece la oportunidad perfecta para consolidar y ampliar su poder. Muchas ya son demasiado grandes para quebrar y para los gobiernos siempre son prioritarias a la hora de brindarles apoyo y protección inmediatos en un contexto de crisis. Ya hemos visto a empresas como Amazon ampliar enormemente su poder durante la pandemia (ya que la gente confinada en sus hogares recurre todavía más a los gigantes digitales que ya dominan el mundo del ciberespacio), pero en el sector financiero, este mismo "giro hacia lo digital" constituye un enorme triunfo comercial para la industria privada de los pagos (es decir, el sector bancario). Estas empresas utilizarán enérgicamente la COVID-19 para eliminar y debilitar aún más el efectivo.

El crecimiento de Amazon y del sector de los pagos digitales no es ninguna casualidad. Estas empresas tienen sinergias naturales, ya que todas ellas tratan de crear enormes sistemas para la automatización interrelacionada. Aspiran a crear un mundo (del que también puedan beneficiarse) en el que las economías se coordinen de forma remota a través de enormes sistemas de centros de datos, en lugar de un sistema basado en la negociación mediante la interacción personal de la gente en la calle. Y, aunque la COVID-19 podría haber propiciado distintas formas positivas de búsqueda de identidad entre las personas, también ha hecho el juego directamente a cualquier empresa que busque la automatización en remoto, entre las que se incluyen tanto las grandes compañías tecnológicas como las grandes empresas financieras.

Sin duda, la COVID-19 ha supuesto un duro golpe para el sistema del dinero en efectivo. Es un golpe al mundo de las relaciones físicas entre las personas, un mundo en el que no solo está el efectivo, sino donde también se encuentran los abrazos, los pomos de las puertas, los micrófonos compartidos en las veladas de karaoke, las conversaciones en el bar con algunas copas de más, las citas de Tinder para besarse, los bailes en las bodas, en las fiestas y en la iglesia, los bancos de pesas en el gimnasio y los cigarrillos que se comparten con algún simpático desconocido a la puerta de una discoteca. Sí, el efectivo es otro elemento del mundo físico y sí, como objeto físico tiene la capacidad de portar virus. Sin embargo, lo mismo ocurre con cada producto del supermercado, en el transporte público, en un Uber y – para el tema que nos ocupa – con el teclado para el PIN en los pagos digitales.

Por otro lado, de hecho no está del todo claro que el efectivo suponga un riesgo particular en comparación con otros objetos del mundo. Cuando comenzó la pandemia de la COVID-19, el Bundesbank alemán (el banco central del país) emitió una nota de prensa en la que afirmaba que "el efectivo no plantea un riesgo de infección para el público", y señalaba que “la probabilidad de contraer la enfermedad por manipular dinero es mucho menor que con muchos otros objetos de la vida cotidiana”. El Bundesbank citaba al infectólogo (y responsable del Departamento de Salud de Fráncfort del Meno) René Gottschalk, quien aseguraba que los billetes no parecen ser un canal de infección por coronavirus.

Sin embargo, un periodista un tanto torpe del periódico británico The Telegraph escribió un artículo oportunista malinterpretando a la Organización Mundial de la Salud en el que decía que "según la OMS, los billetes sucios podrían estar propagando el coronavirus". El artículo desencadenó una campaña contra el efectivo después de que medios de todo el mundo se hicieran eco del mensaje. Ante esta situación, el portavoz de la OMS tuvo que emitir una declaración en la que se afirmaba lo siguiente: "NO dijimos que el efectivo transmitiera el coronavirus". Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Estábamos ante una noticia falsa oficial, difundida a través de artículos del Daily Mail que se compartían en las redes sociales y los grupos de Whatsapp.

En el Reino Unido, el sistema bancario se aprovechó de la situación y dispuso rápidamente un incremento del límite para los pagos sin contacto a través del grupo de presión del sector bancario UK Finance. Los consumidores, atemorizados por unos artículos periodísticos más que cuestionables contrarios al uso de efectivo, hallaron consuelo en los brazos del sector bancario.

El otro lado de la moneda

A pesar de ello, las estadísticas muestran que las retiradas de efectivo después del anuncio del confinamiento repuntaron con fuerza. Esto nos muestra algo muy interesante: en un contexto de crisis, la gente valora el hecho de que el "el efectivo no falle". El efectivo puede servir para salir de un sistema bancario inestable y proclive al fracaso, que es el motivo por el que la gente se apresura a acumular dinero contante y sonante cuando se anuncia la inminencia de un huracán o de una guerra. Los bancos centrales lo denominan "demanda de efectivo por motivos de precaución".

Esto nos avisa de un problema de mayor calado: que los riesgos en torno a la COVID-19 rebasan con creces al virus en sí. La pandemia ha provocado una grave recesión económica, lo que crea un contexto en el que los bancos no solo son más inestables, sino que también dejan de prestar servicio a aquellas personas que, a su juicio, presentan mayor riesgo. Esto significa que los bancos evitan conceder préstamos a las pequeñas empresas y dejan de lado a las personas más pobres que no les resultan tan rentables como las acaudaladas. Entre esas personas ignoradas se encuentran aquellas "que no tienen acceso" o "tienen solo un acceso restringido" a los servicios bancarios, como se les ha denominado despectivamente y cuyo número aumenta durante una crisis. Esto quiere decir que el discurso en contra del efectivo de los medios de comunicación, los supermercados y los gobiernos se ha intensificado a la vez que los principales proveedores de pagos digitales − los bancos − dan la espalda a aquellos que más dependen del efectivo. No nos confundamos: la guerra contra el efectivo está cargada de una dinámica de clases, y quienes la perpetúan irreflexivamente suelen ser los ejecutivos, que tienen una confianza innata en las grandes instituciones (a menudo alineadas con sus intereses).

Quizás usted sea una de esas personas a las que el sector bancario le gusta ofrecer productos. Quizás en estos momentos sienta atracción por lo digital y elija empezar a depender de centros de datos corporativos remotos que sirvan de intermediarios en las interacciones que usted mantenga con otras personas. Quizás en el corto plazo ese escenario le parezca menos aterrador que entrar en una tienda con seres humanos que respiran. A largo plazo, sin embargo, el mundo en el que nos aislemos mientras dependamos de unas megacorporaciones que se interpongan entre nosotros resulta mucho más espantoso. El hecho de que Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon, gane 215 millones de USD al día (independientemente de que vaya a trabajar o no) demuestra que cada vez que usted ordena a su sistema automatizado que le envíe productos, está contribuyendo directamente a la alianza que Amazon ha forjado con el sector bancario. Los clientes de Amazon utilizan los pagos digitales para pagar a Bezos y, simultáneamente, a todos los ejecutivos de la banca, mientras que los trabajadores reales de la empresa (que asumen todo el riesgo al estar en primera línea) ganan 80 USD diarios.

Durante siglos, el sector bancario ha deseado locamente dar un servicio prioritario a la gente como Bezos mientras excluía y, muchas veces explotaba, a las personas que se encuentran en la periferia (vendiéndoles productos de manera fraudulenta, concediendo préstamos abusivos, arañando comisiones, etc.). Este es el motivo por el que los trabajadores precarios llevan siglos confiando en el sistema del dinero en efectivo, que tiene carácter público y les ofrece una forma de realizar transacciones sin tener que entrar en un sistema que básicamente se gestiona en nombre de los Bezos del mundo.

De hecho, Amazon presionó en contra de una legislación favorable al efectivo en lugares como Filadelfia, ya que tanto los gigantes tecnológicos como los gigantes financieros se han unido en su deseo de absorber a más personas dentro de sus ecosistemas y enredar a la economía en una red de coordinación digital al estilo de Matrix.

No obstante, aunque la COVID-19 parece estar contribuyendo a ello, también provoca otras reacciones en nosotros. Después de meses de confinamiento y tras entrar en esta Matrix digital para interactuar con el mundo exterior, muchas personas se han visto obligadas a enfrentarse con sus verdaderos pensamientos sobre el mundo digital. ¿De verdad está dispuesto a vivir allí para siempre? Refugiarse temerosamente en el mundo digital es una solución a corto plazo, pero no a largo plazo. A largo plazo podría tener graves consecuencias.

El hecho de que la gente haya salido corriendo hacia los parques a la primera oportunidad demuestra que somos criaturas biológicas y sociales. Cuanto más tiempo estamos dentro de casa, mayor es el deseo latente de tener contacto físico con los demás, de bailar en discotecas abarrotadas, de abrazos estruendosos en los partidos de fútbol y de concursos en los bares donde todo el mundo mete un billete de 10 libras en un vaso de cerveza para participar.

 

Créditos de la imagen: Barbara Bernát

 

Así que mantengámonos firmes. En algún momento tendremos que aprender de nuevo a tocar los pomos de las puertas. Seremos más cuidadosos con la higiene, pero el mundo de ciencia ficción con puertas automáticas e interconexiones digitales activadas en remoto nunca alimentará nuestro espíritu como lo hace bailar en un antro. Entiendo que las circunstancias nos empujen a experimentar con el mundo digital y esto puede ser positivo, sobre todo cuando se utiliza para reducir los vuelos innecesarios (algo que será necesario para afrontar la enorme crisis climática que todavía nos aguarda), pero utilicemos este tiempo para estudiar alternativas positivas a las grandes empresas tecnológicas en lugar de arrojarnos a sus paternalistas brazos.

Y, por favor, no sucumba al impulso oportunista de la industria de los pagos, ya que se está aprovechando de esta situación para ejercer aún más presión en la guerra contra el efectivo. Sí, el efectivo es algo físico y más corporal que el frío crepitar del ciberespacio. Y nosotros también somos algo físico, y mucho más orgánicos que el mundo digital y las corporaciones que lo dirigen. El efectivo no es nuestro enemigo y esas empresas no son nuestras amigas.

 

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