La mítica ‘guerra contra el efectivo’ no es nueva y está bien documentada en la bibliografía económica. Si bien el término “guerra” puede no ser adecuado — particularmente cuando el mundo libra una guerra contra un virus — no cabe duda de que las ganancias financieras asociadas a la digitalización del dinero y la cantidad colosal de datos del consumidor extraídos del comportamiento de pago constituyen fundamentos sólidos para unirse a la lucha.
Los autores del documento, E. Beretta, del Instituto de Estudios Económicos en Suiza y D. Neuberger, de la Universidad de Rostock en Alemania, sostienen que el efectivo había sido previamente acusado de facilitar operaciones ilícitas y que la pandemia había creado condiciones propias de un laboratorio, así como nuevos fundamentos asociados a la salud, para acelerar la tendencia a dejar de usar el efectivo. Sin embargo, el hecho de que la demanda de efectivo haya aumentado durante la crisis — con frecuencia, a niveles sin precedentes — indica que la postura es errónea y que el efectivo no es reemplazable.
El informe analiza una serie de medidas normativas adoptadas en todo el mundo, incluso anteriores a la pandemia, para alejar a los consumidores del efectivo.
Medida | Ejemplos de adopción |
Desmonetización | India 2016, Kenya 2019 |
Campañas promocionales de ‘pagos sin efectivo’ | Visa; Paypal, Alipay |
Eliminación de billetes de altas denominaciones | Zona euro, Singapur |
Cierre de cajeros automáticos | Zona euro, Suecia, Reino Unido |
Límites a los pagos en efectivo | Bélgica, Bulgaria, Croacia, República Checa, Francia, Grecia, Italia, Polonia, Portugal, Rumania, Eslovaquia, España |
Argumentos de higiene | Global |
Los autores concluyen que “el efectivo sigue siendo un medio de pago público, inclusivo y que preserva la privacidad”. Los intentos por limitar su utilización o eliminar el efectivo por completo crearían un “poder monopólico del sistema bancario y financiero privado”; esto, a su vez, tendría consecuencias de amplio alcance en términos de exclusión financiera, de discriminación social así como una creciente desigualdad que no haría sino agravar la recesión económica. La pandemia ha acelerado el ritmo de la digitalización y sus efectos secundarios conocidos, la brecha digital y la pérdida de privacidad. “En resumen,” aducen los autores, “la COVID-19 no debe (ni debería) convertirse en una guerra contra el efectivo.”