Los fallos del sistema se pueden producir, pero la dimensión de las repercusiones depende de la diversidad de los servicios accesibles. El 1 de junio, Visa experimentó una interrupción masiva de su sistema en toda Europa, con lo que la gente pudo comprobar momentáneamente cómo podría ser el mundo si no se aceptara el efectivo como método de pago.
Los consumidores no podían efectuar compras ni abonar facturas, y los establecimientos tuvieron que lidiar con colas interminables, clientes nerviosos y productos abandonados. Millones de personas se vieron afectadas por el fallo; los únicos que no sufrieron las consecuencias fueron las personas que tienen el hábito de llevar efectivo encima y que pudieron hacer sus compras diarias sin problema.
Pero lo que quedó claro a raíz de este incidente es lo dependiente que es la sociedad actual de los pagos electrónicos, un servicio prestado mayoritariamente por grandes empresas de tarjetas de crédito como Visa y MasterCard. Cuando los pagos con tarjeta no funcionan correctamente, el conjunto de la economía se detiene, lo que demuestra que el sector de pagos no solo no está preparado para una crisis, sino que por lo general no hay suficiente diversidad en las opciones de pago. Como comentó Brett Scott, autor de “The Heretic’s Guide to Global Finance” (Guía para herejes de las finanzas internacionales), en Twitter: “Hay un pequeño problema con las historias románticas que nos cuentas sobre la futura sociedad sin dinero en efectivo: cuando se interrumpe el servicio de Visa, la economía se paraliza. Estamos siendo testigos ahora mismo de un breve adelanto”.
El director ejecutivo de Visa pidió disculpas por los inconvenientes y aseguró a sus clientes que el fallo no estaba relacionado con un colapso ni con un ciberataque.