A medida que aumenta la popularidad de los medios de pago alternativos, los responsables de los bancos centrales están empezando a preocuparse por los riesgos de seguridad asociados al descenso del uso de efectivo. La interrupción del servicio de Visa ocurrida este verano en el Reino Unido es un ejemplo muy concreto de lo vulnerables que se han vuelto muchas economías a los fallos de sistemas y de los riesgos vinculados a la dependencia de los pagos electrónicos. De hecho, el país se paralizó durante ocho interminables horas.
En una conferencia de Politico, se citaban las siguientes palabras del gobernador del Banco Nacional de Austria, Ewald Nowotny: “los bancos centrales insisten cada vez más en el papel del efectivo. No prevemos la desaparición total del efectivo en la sociedad”, con las que hacía referencia explícita a situaciones de interrupción del suministro eléctrico.
Dado el número creciente de servicios esenciales que están migrando al mundo digital y, junto a ellos, otros tantos intermediarios que facilitan servicios auxiliares, el riesgo de un ataque o fallo de seguridad crece de forma exponencial y la vulnerabilidad aumenta.
Por este motivo, algunos reguladores “se muestran a favor de mantener un sistema robusto, es decir, con dinero en efectivo”. Suecia ha dictaminado que las entidades públicas están obligadas a aceptar efectivo. Por su parte, el gobierno británico está trabajando para preservar el efectivo como medio de pago. En junio, la UE también anunció que no impondría ninguna restricción al uso del efectivo.
“Cuando pasó el carrito de los aperitivos y bebidas y no funcionaba el pago con tarjeta, los únicos que pudieron comer fueron los que llevaban efectivo encima […] no había otra alternativa”, comenta Kevin Curran, profesor de ciberseguridad en la Universidad de Ulster en Londonderry, Irlanda del Norte, en relación con el fallo de Visa.