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La identificación, la cuarta función del dinero

Categorías : El efectivo brinda seguridad, El efectivo es una red social, El efectivo protege la privacidad y el anonimato
September 10, 2021
Etiquetas : Anonimato, Money, Privacidad
La teoría monetaria enseña que las tres funciones del dinero son depósito de valor, unidad de cuenta y medio de intercambio. Este artículo revela una cuarta función fundamental -la identificación- e indaga sus implicaciones políticas y sociales para los emisores privados y públicos de dinero.
Patrice Baubeau

Senior Lecturer, History, Economic History, Université Paris Nanterre – Université Paris Lumières

This post is also available in: Inglés

Manuel A. Bautista-González (translation/traducción)

Ph.D. in U.S. History, Columbia University in the City of New York

Post-Doctoral Researcher in Global Correspondent Banking, 1870-2000 – Mexico and South America, University of Oxford

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Este artículo fue escrito por Patrice Baubeau (Université Paris Nanterre – Université Paris Lumières) y fue publicado por primera vez en The Conversation (Francia). Se publica según el original y bajo una licencia creative commons. El artículo fue traducido por Manuel A. Bautista-González.

Un breve paseo por la historia nos permite situar la cuestión de las tres funciones del dinero tradicionalmente identificadas: patrón de valor, intermediario de los intercambios y reserva de valor, en un marco más amplio. Esta perspectiva revela una cuarta función fundamental, la identificación, que denota el origen común, político y social del hecho monetario.

Las herramientas monetarias emergentes, como el bitcoin, las criptomonedas estatales o las monedas virtuales utilizadas en los videojuegos, dan un peso especial a esta función de identificación y sus consecuencias políticas y sociales.

La cuestión de la identificación aparece junto a los análisis de Aristóteles sobre el dinero en Política y Ética Nicomaquea, obras que se centran principalmente en la polis, sus límites, su organización, su justicia. Desarrolla así, siguiendo a Platón, una reflexión política y cívica que asocia los límites de la polis con el nacimiento del dinero, cuyo mal uso puede entrar en conflicto con las reglas del Estado ideal: 1) haciendo prevalecer la ganancia del comercio exterior sobre la solidaridad de los intercambios internos; 2) sobrevaluando el valor de cambio sobre el valor de uso; 3) abriendo el espacio infinito de los deseos y las especulaciones sobre el dominio limitado de las necesidades.

En definitiva, tal moneda, liberada de sus dimensiones cívicas, tiende a convertirse en su propio fin, alimentando las desigualdades y la discordia en el seno de la polis. Por eso el dinero, artefacto político, es también un marcador de ciudadanía: su uso inserta al usuario en una comunidad política, social y ética y lo identifica con ella.

Esta función de identificación a través de la posesión o el uso de la moneda no ha permanecido como una prerrogativa de las ciudades-estado griegas: una característica constante de las monedas es la preocupación de los emisores -a menos que sean falsificadores- por identificar el origen de sus monedas, generalmente territorial o político, mediante marcas que indican el lugar de producción, el emisor o la fecha.

La multiplicación de las monedas sociales y complementarias desde la década de 1970 corresponde, además, la mayoría de las veces a un proyecto “territorial” que constituye un espacio monetario solidario de tamaño limitado. De este modo, el uso del dinero puede convertirse en un acto militante (economía sostenible, alternativa, ecológica…) y apoyar o manifestar una identidad – es el caso, en particular, de la moneda vasca eusko.

El dinero no es sinónimo de anonimato

Esta cuarta función, la de la identificación, se descuida en gran medida en la economía; los historiadores y, sobre todo, los numismáticos están, por el contrario, muy atentos a ella. Sin embargo, tenerla en cuenta supone dos importantes aportaciones.

En primer lugar, invierte la perspectiva habitual del anonimato. El anonimato ya no aparece como una propiedad del dinero, sino que se convierte en una de las modalidades de identificación del dinero, lo que permite un enfoque mucho más graduado.

En efecto, como escribimos en un artículo de investigación en 2016, no hay “un solo” anonimato: el anonimato es siempre, de hecho, un anonimato relativo a una persona o a una institución. En consecuencia, es susceptible de diversas configuraciones, que forman parte de una función general de identificación.

Así, el pago habitual en efectivo a un comerciante que uno conoce no implica, por supuesto, ningún anonimato del pagador respecto al comerciante. En cambio, sí garantiza el anonimato de los clientes del comerciante ante su banquero o recaudador de impuestos.

Del mismo modo, el uso de una tarjeta de pago sin contacto da lugar a un anonimato casi total del cliente frente al comerciante. El recibo de pago no incluye ningún elemento de identidad explotable, sino que identifica con precisión al cliente ante el banco emisor de la tarjeta de pago o el banco titular de las cuentas del comerciante.

En general, un proceso de “nacionalización” del dinero ha hecho coincidir progresivamente los límites del Estado moderno con los de los espacios monetarios de los que estos Estados se han hecho dueños.

Al mismo tiempo, el Estado asume otra función crucial para el buen funcionamiento de la vida cívica y social más allá de los sistemas de pago: la identificación de los individuos. Esta función ha crecido considerablemente desde el siglo XIX con el desarrollo de diversas formas de estado civil y seguridad social y el auge de la emancipación y el voto personal.

Por consiguiente, en un estado de derecho, los individuos no sólo tienen derecho a una identidad que el estado no puede negarles, sino que los métodos de identificación entran en el ámbito de la ley, con las garantías jurídicas que la rodean.

Las innovaciones monetarias cambian el juego

Hoy, las nuevas innovaciones monetarias nos recuerdan la importancia de esta cuarta función de identificación. Un primer modelo, ya antiguo, consistió en delimitar espacios virtuales dentro de los cuales se emplean formas monetarias específicas: las plataformas de “juegos” multijugadores masivos suelen proporcionar técnicas para acumular símbolos de riqueza para adjuntar a objetos, servicios o habilidades de sus avatares.

Ya en este caso, la estanqueidad entre lo virtual y lo real es imperfecta, puesto que se han desarrollado “granjas” de jugadores para adquirir objetos o habilidades en el universo virtual que luego se revenden en moneda real a los jugadores que deseen realizarlos. En cierto modo, esto equivale a intercambiar moneda virtual por moneda real a través de bienes y servicios virtuales.

En este contexto, la identificación tiene lugar dentro del universo cerrado de la plataforma en cuestión, ya que las “identidades” de los avatares están totalmente controladas por el proveedor. Este último también determina las condiciones de emisión y uso de “su” moneda. Volvemos a encontrar, pero limitado a un universo cerrado y virtual, el modelo de control del dinero y de las identidades que llevan a cabo los Estados territoriales.

El segundo modelo, mucho más reciente, proviene de la innovación que representa el blockchain. El blockchain incluye un dispositivo de identificación que valida la transacción entre un vendedor y un comprador y pone el registro de esta validación a disposición de otros participantes en el sistema de pagos.

Por un lado, la identificación de las transacciones hace imprescindible la identificación de los usuarios que realizan los intercambios. Pero, por otra parte, esta identidad corresponde a la declarada dentro del espacio monetario virtual y no a una identidad reconocida por un estado. Además, nada impide a un agente económico crear un avatar diferente para cada una de las criptomonedas existentes o incluso asociar diferentes direcciones IP (las que caracterizan a las computadoras que acceden a internet). No es casualidad que el bitcoin se haya convertido rápidamente en la moneda preferida de los ciberdelincuentes.

Aquí es donde tiene sentido el proyecto de moneda virtual Diem (ex-Libra) de Facebook. Los usuarios tienen una identidad garantizada por la plataforma. Cada vez más, se adjuntan derechos y deberes relativos a la libertad de expresión, la integridad del “perfil” e incluso el destino post mortem de las cuentas.

El riesgo de una forma de identidad lucrativa y selectiva

Así pues, Facebook es capaz de identificar a sus usuarios con gran precisión. Este es el núcleo de su modelo de negocio: vender las características individuales de estos perfiles. Si una moneda propia, o casi, como Diem, se asocia al ecosistema de Facebook, la empresa o, más probablemente, la constelación de intereses lucrativos de la que Facebook es el corazón, podrá gestionar simultáneamente sus propios activos monetarios y las pruebas de identidad relacionadas con su uso.

Sin embargo, dejar el dinero en manos totalmente privadas no siempre es una buena idea, aunque la gestión del dinero por parte de los Estados también haya provocado desastres, como los episodios hiperinflacionarios de Alemania en 1923, Hungría en 1946 o Zimbabue desde el año 2000. Dejar la identificación de los seres humanos en manos privadas es aún peor: ¿qué pasaría con un ser humano cuya única prueba de existencia es un acto privado, posiblemente transferible y del que no pueden tener conocimiento terceros?

Así pues, abandonar al mejor postor estos dos elementos clave de la construcción de la polis antigua o del estado moderno, que son el dinero y la identidad, anuncia el peor de los mundos.

Existen soluciones, antiguas y nuevas. Las monedas digitales de los bancos centrales (MDBC o CBDC por sus siglas en inglés), que se están probando en Asia y Europa, dan fe de ello. Limitan el riesgo de sustituir una forma lucrativa de identidad por la forma cívica de la que dependen nuestros derechos, sometiendo el pago a la identificación y no a la inversa.

En un mundo en el que la emisión de activos monetarios, la creación de identidades y la gestión de los perfiles correspondientes ya no son responsabilidad exclusiva de los estados-nación, se hace urgente reflexionar sobre la articulación de estas diferentes dimensiones. Sólo así podremos preservar los beneficios de las innovaciones aportadas por el auge de internet sin perder nuestros derechos, nuestros bienes y nuestros seres. Y, por tanto, debemos tener en cuenta la cuarta función del dinero: la identificación.

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