Un reciente artículo de Statista analiza las preferencias de pago en todo el mundo y presenta los resultados de una encuesta internacional. Como cabía esperar, Suecia y Corea del Sur se sitúan a la cabeza de los países donde la gente prefiere pagar con tarjeta en vez de en efectivo. En el extremo inferior del gráfico, Filipinas y Alemania son los dos únicos países donde la mayoría de la gente prefiere pagar en efectivo. Este artículo también está publicado en el sitio web del Foro Económico Mundial.
En mi opinión, el artículo contiene varios errores y sesgos.
No obstante, aparte de estas imprecisiones, el artículo plantea la interesante pregunta sobre la importancia de las preferencias en materia de pagos y señala las diferencias que se dan en este terreno entre un país y otro. Ahora bien, cabe preguntarse si dichas preferencias tienen alguna importancia, especialmente en términos de políticas. Si la gente prefiere pagar con una tarjeta o un teléfono, ¿deberían las políticas ir enfocadas a favorecer estas opciones o a garantizar las posibilidades de elección?
Hay personas que sencillamente no pueden permitirse tener preferencias de pago. En 2017, alrededor del 31 % de la población mundial o, lo que es lo mismo, 1700 millones de adultos, seguía sin tener acceso a servicios bancarios, es decir, no disponía de una cuenta en una entidad bancaria o a través de un proveedor de dinero móvil, según el Banco Mundial. Es más, solo el 52 % de los adultos de todo el mundo afirmó haber realizado o recibido al menos un pago digital en el último año.
Además, el efectivo sirve como instrumento para contingencias cuando los sistemas se vienen abajo. La semana pasada, las cadenas de supermercados del Reino Unido Morrrison’s y The Co-Op sufrieron fallos en los sistemas de pago que impidieron a algunos clientes pagar con tarjeta, mientras que a otros se les cargó dos veces la cuenta. Gareth Shaw, responsable de asuntos monetarios en la asociación de consumidores Which?, señaló: “Fue una situación preocupante para los clientes y refuerza la idea del efectivo como apoyo vital cuando falla la tecnología, incluso para aquellos que prefieren los pagos digitales”.
En los últimos diez años, una tendencia emergente en el mundo de los pagos ha sido la ludificación. Ante la creciente variedad de métodos de pago donde elegir, los proveedores de servicios de pago imitan al sector del juego y ofrecen a los usuarios puntos y recompensas cuando realizan ciertas tareas y cumplen determinados objetivos. Monzo ha puesto en marcha un sistema de logros que dan acceso a credenciales y recompensas; PayTM ofrece un servicio de reembolso en efectivo utilizando un sistema basado en la lotería. Sin duda, esto divierte a los usuarios. En cambio, el efectivo genera lo que los economistas especializados en comportamiento denominan el "dolor de pagar", es decir, el malestar físico de desprenderse del dinero. El dolor de pagar desempeña un papel importante a la hora de ayudar a los consumidores a controlar su gasto y evitar compras impulsivas.
Las preferencias de pago importan en la medida en que influyen en las opciones individuales de los consumidores. No obstante, el efectivo también desempeña funciones sociales importantes –como la inclusión financiera, la resiliencia y la educación financiera– que no suelen concebirse como opciones individuales.