En 2007, The Economist publicó un artículo titulado “El fin de la era del efectivo”. La portada presentaba una magnífica ilustración de un dinosaurio hecho de monedas. El mensaje no podía ser más claro: “El dinero en efectivo, tras miles de años como una de las tecnologías más versátiles y duraderas de la humanidad, parece abocado a desaparecer de forma lenta pero segura en la próxima década y media”.
Portada de The Economist, February 15, 2007.
Sin embargo, ha ocurrido exactamente lo contrario. Según el BCE, el valor del efectivo en circulación en la eurozona ha aumentado un 2.3, pasando de 700 mil millones de euros a finales de 2007 a 1.6 billones de euros a finales de 2023. Según la Fed, el valor de los dólares estadounidenses casi se ha triplicado, pasando de 820 mil millones a 2.333 billones. Si relacionamos estas cifras de efectivo en circulación con el PIB, el panorama es similar: la proporción casi se ha triplicado en Europa (del 5% al 13% del PIB), ha aumentado un 50% en Estados Unidos (9% del PIB frente al 6%) y un 77% en Japón (23% del PIB frente al 13%).
Existen algunas excepciones a esta tendencia, entre las que destacan los países escandinavos y China. Pero es innegable que el efectivo en circulación ha aumentado considerablemente en los últimos quince años. En pocas palabras, ¡el volumen de efectivo disponible en todo el mundo nunca ha sido tan elevado como en 2023! La sociedad sin dinero en efectivo (cashless) pronosticada constantemente por los defensores a ultranza de la era digital está todavía muy lejos.
Es innegable que en 2023 se ha producido una desaceleración. En Estados Unidos, el volumen de efectivo en circulación sólo creció un 1,6% el año pasado, tras haber alcanzado su máximo durante los años Covid. Lo mismo puede decirse de la zona euro, donde se produjo un ligero descenso (-0.2%). Pero esta tendencia no es señal de un desencanto con el efectivo. Puede explicarse por una inversión de los determinantes macroeconómicos de la demanda de dinero: crecimiento lento, inflación elevada y tipos de interés altos, todo lo cual hace menos atractivo mantener efectivo. Pero, ¿por cuánto tiempo?
El aumento casi continuo del efectivo en circulación es paradójico porque utilizamos menos efectivo en los pagos cotidianos. La última encuesta del BCE muestra que la proporción de pagos en puntos de venta realizados en efectivo cayó del 79% al 59% en la eurozona entre 2016 y 2022. Sin embargo, el descenso en el uso transaccional del dinero físico va de la mano de una renovada atracción por el efectivo como depósito de valor y ancla de estabilidad en un mundo incierto. Al igual que el oro, el efectivo es un refugio.
A este fenómeno se une ahora una nueva paradoja: aunque utilizamos menos el efectivo para pagar las compras cotidianas, nuestra confianza en el efectivo sigue siendo muy alta e incluso tiende a aumentar. Que el uso del efectivo esté disminuyendo no significa que queramos verlo desaparecer, sino todo lo contrario.
En Francia, según la encuesta anual del Instituto Ifop para Monnaie de Paris, el 83% de los encuestados se declaran “apegados al efectivo”, una proporción que aumenta con respecto a 2022 (79%). Y Francia no está sola. Lo mismo ocurre en España y Alemania, grandes fans del efectivo, pero también en países donde, por el contrario, su uso ha disminuido mucho: el 91% de los holandeses considera esencial poder pagar en efectivo, al igual que el 95% de los finlandeses. Al otro lado del Atlántico, el 93% de los estadounidenses encuestados por la Reserva Federal “no tienen intención de dejar de utilizar efectivo en el futuro”, y el 90% de los canadienses encuestados dijeron no tener ningún deseo de avanzar hacia una sociedad sin efectivo.
La razón de este feroz apego al efectivo puede resumirse en una palabra: confianza. El dinero físico, única forma de moneda de curso legal, es también la única forma de dinero público a disposición de los particulares. La garantía que ofrece la firma del Estado o del banco central conserva la misma fuerza simbólica que en los tiempos en que el rey de Francia acuñaba moneda en sus talleres del Quai de Conti. El dinero fiduciario (del latín fides, confianza) nunca ha recibido un nombre tan acertado.