Entre los supervivientes del tsunami japonés de 2011 había un anciano triste, Ogata-san, que, cuando le preguntaron unas semanas después de la tragedia qué habría hecho de forma diferente para prepararse, respondió: “Ojalá hubiera metido en la maleta un par de botas decentes, mi cepillo de dientes… y algo de efectivo”. Con ello, Ogata-san se refería al tipo de dinero en el que podía confiar, el dinero físico.
Esta historia real es convincente por su sencillez. El dinero en efectivo es como un par de botas robustas, una tecnología esencial para la supervivencia, cuyos beneficios deben ser considerados cuidadosamente en un mundo digitalizado, especialmente uno que se enfrenta a crisis. A diferencia de las formas electrónicas de dinero, el efectivo, es decir, la moneda física en forma de monedas y billetes, es más fiable, universalmente aceptado y más seguro que sus equivalentes digitales en tiempos de crisis. El efectivo es fácil de almacenar y es resistente a los fallos de los sistemas y a los cortes de energía. Como muestra la historia de Ogata-san, aquellos que tienen la suerte de recibir una advertencia temprana de un desastre inminente se aprovisionan de efectivo como una de sus primeras prioridades, si pueden.
Este punto fue reforzado por el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda tras el terremoto de Christchurch de 2011, cuando declaró que “el acceso a la moneda física es una prioridad inmediata en tiempos de emergencia nacional, incluso en un país donde el 75% de las transacciones se realizan normalmente con pagos electrónicos”[1] También fue reiterado por la Agencia Federal de Gestión de Emergencias de Estados Unidos (FEMA) a principios de este año cuando aconsejó a los residentes de Nueva Orleans, que se preparaban una vez más para el ataque de otro huracán, que se aprovisionaran de dinero en efectivo. En lo que respecta a las crisis de evolución lenta, la mayoría de los participantes en los programas de transferencias humanitarias de efectivo suelen retirar todo el saldo de las transferencias en efectivo cuando está disponible y rara vez utilizan sus nuevas cuentas bancarias una vez finalizados los programas [2].
También saben que el dinero digital puede politizarse. La digitalización permite al Estado congelar el acceso al dinero digital de cualquier persona o grupo que le desagrade. “El dinero en efectivo actúa como garante de las libertades civiles en caso de que una administración abuse de sus poderes.” [3] Si esto le parece un poco alarmista, considere el destino de los rohingya en Myanmar, los kurdos en Turquía y los tigrayanos en Etiopía, todos ellos sometidos a la interferencia del Estado para acceder al dinero en efectivo.
En otras palabras, quienes se enfrentan a una catástrofe recurren rápidamente a lo que conocen y en lo que confían -la economía en efectivo- siempre que pueden. Esto se debe a que consideran que el dinero en efectivo les ayuda a ser más resistentes, ya que les permite determinar las estrategias de supervivencia por sí mismos en lugar de estar sujetos a la manipulación política y comercial.
[1] Alan Boaden, ex jefe de Moneda del Banco de la Reserva de Nueva Zelanda tras el terremoto de Christchurch de 2011.
[2] Mercy Corps, 2014.
[3] Global Justice Now, 2016.