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El papel del efectivo en la respuesta a la pandemia de la COVID-19

Categorías : El efectivo es el primer paso hacia la inclusión financiera, El efectivo es una solución para contingencias y emergencias, El efectivo está disponible para todos los usuarios, Sin categorizar
April 23, 2020
Etiquetas : Coronavirus, Inclusión financiera, Transferencias de efectivo
James Shepherd-Barron, Consultor de Gestión de Catástrofes y Epidemiólogo, explica por qué recomendar a las sociedades con renta bajas el uso de pagos electrónicos sin contacto en lugar de efectivo como medida para controlar la COVID-19 probablemente resulte perjudicial para la situación sanitaria a largo plazo.
James Shepherd-Barron

Disaster Risk Management Consultant, Author, and Founder of The Aid Workers Union

This post is also available in: Inglés

Este artículo se encuentra disponible aquí. Fue publicado por primera vez en Aid Essentials el 9 de abril de 2020

 

mercado en una aldea africana

Recomendar a las sociedades con rentas bajas que utilicen los pagos electrónicos sin contacto o móviles en lugar de efectivo como medida de control de la C-19 resulta contraproducente, pudiendo incluso ser perjudicial para la situación sanitaria a largo plazo.

 

Las medidas para eliminar y controlar la transmisión del virus de la COVID-19 (C-19) están provocando que países de todo el mundo deban recurrir a unos niveles de ayudas económicas directas sin precedentes, gran parte de ellas mediante transferencias de efectivo a los hogares afectados. Conforme la pandemia se va intensificando en casi todos los países, salvo en China, el sector de la ayuda humanitaria se enfrenta a retos particulares en cuanto a cómo prestar ese tipo de asistencia económica a las poblaciones más pobres y vulnerables del mundo, poblaciones que, en su mayor parte, carecen de las capacidades y los recursos para responder adecuadamente a la situación.

En una nota orientativa emitida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Grupo de Salud Mundial[1] el 7  de abril de 2020 se ofrecen recomendaciones sobre el papel de la asistencia en forma de efectivo y bonos para reducir los obstáculos financieros en la respuesta a la pandemia de la C-19 para las poblaciones con mayor riesgo. Entre las medidas preventivas recomendadas se encuentran las siguientes:

  1. Siempre que sea posible, los pagos electrónicos sin contacto o con móvil deberían ser la opción deseada (párr. 5.5).
  2. Las personas que manejen efectivo deberían lavarse las manos antes y después de recibir la transferencia (párr. 5.4).
  3. Las superficies de contacto de los cajeros automáticos deberían desinfectarse con frecuencia (párr. 5.5).

En lo que respecta a la reducción del riesgo de transmisión, todas estas recomendaciones son intuitivas y sensatas. Sin embargo, en ningún apartado de este documento, que por lo demás resulta útil, se hace referencia a las consecuencias prácticas para un tercio de la población mundial que, o bien no tiene otra opción que utilizar efectivo en su lucha diaria por la supervivencia, o bien ya está padeciendo los efectos perjudiciales de los pagos digitales en la salud y el bienestar al incrementar el endeudamiento de los hogares.

La consecuencia de todo ello –como ocurre con tantas otras notas orientativas recientes que circulan en el sector de la ayuda humanitaria– es que la moneda física no es la opción deseada.

Ya sea o no intencional, aquellos que procedemos de países más desarrollados, con rentas más elevadas, nos recordamos constantemente a nosotros mismos que, cuando el efectivo no es un medio de pago generalmente aceptado, la "brecha" entre las personas que tienen acceso a las infraestructuras de pagos digitales y las que no lo tienen solo puede aumentar. Según el Banco Mundial, dichas personas representan al menos una cuarta parte de la población mundial. En los recientes brotes del Ébola en África, donde los trabajadores sanitarios recibían pagos diarios en concepto de prestaciones y sueldos en monederos digitales, más del 90 % tenía que convertir ese dinero digital en moneda física para poder comprar productos básicos en los mercados locales, ya que la infraestructura de pagos electrónicos, cuando existía, era frágil, poco fiable y cara.

La idea persistente de que el uso del efectivo puede propagar enfermedades se asocia a esta realidad práctica. Esa verdad a medias puede provocar cambios en el comportamiento de los consumidores a la hora de pagar que resultan perjudiciales para la salud y el bienestar de aquellas personas que no disponen de medios de pago alternativos. En teoría, las transacciones en efectivo pueden ciertamente incrementar el riesgo de transmisión. Sin embargo, el Banco de Pagos Internacionales aclara en un boletín de fecha 3  de abril del 2020 que “la probabilidad de transmisión del C-19 a través de los billetes es reducida en comparación con otros objetos que se tocan con frecuencia, como los teléfonos móviles y las tarjetas de débito”.[2]

Para reforzar la confianza en el efectivo, varios bancos centrales de todo el mundo han transmitido intensamente este mensaje y demostrado su compromiso para garantizar el suministro de dinero esterilizando, poniendo en cuarentena y, en ocasiones, incluso sustituyendo sus respectivas monedas.

Teniendo en cuenta estas realidades prácticas, la nota orientativa de la OMS y el Grupo de Salud Mundial debería modificarse para contrarrestar cualquier impresión de que la moneda física no es una opción deseada y que limitar el uso del efectivo en la sociedad probablemente tenga efectos indirectos que, a largo plazo, resultarán perjudiciales para la salud y el bienestar de las sociedades con rentas bajas que se enfrentan a la crisis del C-19.

 

© James Shepherd-Barron

9 de abril de 2020

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