En septiembre de 2021, la Alianza Better Than Cash (BTCA), una asociación de gobiernos, empresas y organizaciones internacionales dedicada a acelerar la transición para abandonar el dinero en efectivo, publicó un documento confusamente titulado “Principios de la ONU para los pagos digitales responsables”. “El reto”, decían, “es que los pagos digitales sean mejores que el efectivo en todos los aspectos”, al tiempo que sugerían que “el mundo está respondiendo a la urgente necesidad de los pagos digitales porque son más rápidos, más seguros, más asequibles, más transparentes y más eficientes que el efectivo”.
Al menos la Alianza ha enmarcado el reto correctamente: los pagos digitales tienen, en efecto, un largo camino que recorrer “para ser mejores que el efectivo en todos los aspectos”. Pero si existe o no “una necesidad urgente de pagos digitales” o si los pagos digitales son “más rápidos, más seguros, más asequibles, más transparentes y más eficientes que el efectivo” son puntos de vista, no hechos, que pueden debatirse. Insinuar, como ha hecho el BTCA aquí, que son “verdades” fundamentales es engañoso.
Nadie niega que los pagos digitales han avanzado enormemente en las últimas décadas, como demuestran los datos del Banco Mundial, que muestran que la proporción de adultos que tienen una cuenta bancaria aumentó en todo el mundo del 62% en 2014 al 69% en 2017. Y la actual pandemia ha visto una aceleración de la digitalización del dinero. Pero, ¿hace esto que los pagos digitales sean mejores que el efectivo?
El aumento masivo del efectivo en circulación durante la pandemia ilustra la confianza mundial en los billetes y monedas, que siguen siendo un refugio seguro en tiempos de incertidumbre. En épocas de crisis, la gente tiende a aumentar sus reservas de efectivo por precaución para estar preparada para lo que se avecina. Y el dinero en efectivo es el primer paso en la inclusión financiera, que según el Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo de la Capitalización (FNUDC), ocupa un lugar destacado como facilitador de ocho de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de 2030.
Pero el documento de la BTCA confunde las ventajas de los pagos digitales con el dinero móvil y la justificación más amplia de la inclusión financiera, sin abordar los posibles inconvenientes. Uno se pregunta a quién quieren convencer y por qué. ¿A la mitad de la población adulta del mundo que no realizó ningún pago digital el año pasado? ¿A los Ministerios de Finanzas? ¿A los bancos centrales? ¿O los proveedores privados? En el lenguaje de la igualdad social y la reducción de la pobreza, cuestiones como la falta de acceso a internet, el costo prohibitivo de los planes de datos para teléfonos inteligentes, la explosión de las tasas de fraude y el creciente endeudamiento, quedan sin tratar. Y no se menciona en absoluto la resistencia del dinero en efectivo en tiempos de catástrofe o el hecho de que más del 90% de las transferencias digitales realizadas en sociedades de bajos ingresos se convierten en efectivo antes de la compra. Son verdades incómodas que no se abordan deliberadamente.
Si se examinan los nueve principios sucesivamente, se pueden hacer las siguientes observaciones:
La palabra “confianza” aparece a menudo en la declaración de principios de la BTCA. Y así debe ser, porque demuestra que hay muchas cosas en el ecosistema de los pagos digitales en las que todavía no se puede confiar. Y lo más probable es que, con el aumento exponencial del fraude y el endeudamiento de los hogares, esto siga siendo así en un futuro próximo. Generar confianza en pagos digitales es un esfuerzo perfectamente encomiable, pero no puede hacerse en detrimento del efectivo. El efectivo es la base del sistema monetario y la única forma de dinero del banco central disponible para el público en general.
Es tarea de los bancos centrales -junto con otros reguladores- garantizar que la revolución de los pagos digitales funcione para el conjunto de la sociedad, y no sólo para quienes pretenden rediseñar el mundo a su imagen y semejanza.
No existe una única naturaleza del dinero. El dinero siempre ha estado diversificado en su forma: oro y plata; billetes y monedas; banco central y dinero privado…. En el futuro, seguiremos necesitando un sistema monetario diversificado, no singular.
Creemos que el efectivo debe coexistir con otras formas de dinero porque proporciona una diversificación muy necesaria y una salvaguarda contra algunas de las amenazas y desafíos que plantea la digitalización. Es inclusivo y no discrimina. Protege el derecho a la intimidad de las personas frente al capitalismo de hipervigilancia. Protege a los más vulnerables contra la brecha digital. Proporciona un espacio para ejercer la libertad de elección, incluso contra regímenes autoritarios.
El debate no debe limitarse a la tecnología (su forma) sino al papel social y económico del dinero (su función). El futuro panorama monetario debe conciliar las funciones tradicionales del dinero con un impacto social y medioambiental positivo: inclusión, resiliencia, sustentabilidad y protección de la privacidad individual. Hoy en día, sólo el dinero en efectivo cumple estas condiciones.